Ali-Reza Torabi estaba en sexto grado, en San Diego, cuando dos aviones se estrellaron contra las Torres Gemelas en Nueva York, el 11 de septiembre de 2001.
Torabi vivía en el país sin documentación, después de haberse mudado a Estados Unidos desde Irán, con su madre y su hermano, seis años antes.
Los ataques dividirían su existencia en dos partes distintas: “Hay una vida anterior al 11 de Septiembre, y otra posterior”, señaló.
Su padre, un panadero y trabajador de la construcción en Shiraz, intentaba reunirse con la familia después de que su solicitud de visa fuera inicialmente rechazada, antes del día de los atentados.
Después de ese 11 de Septiembre, dijo Torabi, eso se volvió “casi imposible”, y su padre eventualmente renunciaría a la esperanza de unirse a los suyos. No se han visto en 26 años.
Después de los ataques, Torabi recuerda que sus compañeros de clase le lanzaban insultos racistas debido a su origen étnico del Medio Oriente.
Se involucró en protestas contra la guerra, luego marchó contra la legislación que intentaba criminalizar la inmigración no autorizada, y eventualmente canalizó su activismo hacia su propia lucha por permanecer en Estados Unidos.
Los ataques del 11 de Septiembre cambiaron la política de inmigración de Estados Unidos, vinculándola por primera vez con la estrategia antiterrorista del país, y allanaron el camino para dos décadas de normas más restrictivas. Pero también dieron lugar a un nuevo tipo de movimiento por los derechos de los inmigrantes, liderado por jóvenes como Torabi.
Él y otros inmigrantes jóvenes se sintieron motivados por todo lo que comenzó a ocurrir después de ese septiembre: las separaciones de familiares y amigos, el enfoque renovado del gobierno en restringir las licencias de conducir y, sobre todo, la sensación de que casi todos los caminos hacia la reforma migratoria se habían bloqueado.
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